martes, 13 de febrero de 2007

La séptima trompeta

“frecuentes,
de manera continua,
las piras de cadáveres ardían”

Homero. Ilíada


La ceniza caía lentamente sobre las ruinas mientras el cielo continuaba ardiendo.
Había tantos fantasmas arrancados de la vida súbitamente que las calles estaban atestadas de entes inmateriales que vagaban desorientados entre los escombros, algunos aun rodeándolos, otros, intuyendo ya su nuevo estado, atravesándolos.
El hermoso crepúsculo ígneo de la primera jornada que concluía en el planeta vacío era admirado por muchos desde la privilegiada perspectiva que da el ser testigo de los prodigios del juicio final.
Pronto los días se volvieron rutinarios y los billones de muertos del planeta no tuvieron nada que hacer excepto hablar de sus vidas pasadas. Muchos buscaron sus restos para permanecer cerca de ellos, como la prueba de su existencia previa; la frágil huella de la vida que dejaron atrás.

-Mi pelo... negro... como una cascada de crines de caballo, decía mi abuelo, mi pelo largo y negro ardió, creo que fue lo primero, luego la piel y los ojos que se derramaban en lagrimas que me quemaban la cara, lagrimas que eran yo…desnuda de carne, por un momento solo fuí esqueleto y luego ceniza…ceniza que se llevo el viento-

Los niños se reunían y se contaban sus muertes en las noches cada vez más largas; las noches en las que el humo dejaba ver el incendio perpetuo del cielo.

4 comentarios:

françois burén dijo...

Me encanta el poso positivo de su obra

Akaki dijo...

Buen relato, me ha gustado.

Anónimo dijo...

Los fantasmas son talvez eso, sólo ceniza que nos acompaña pegada a nuestra piel hasta morir. Quemadme.

Martín Garrido Ramis dijo...

Me encantan tus dibujos, si quieres yo tengo historia muy buenas.
Mi último guión para el cine ha sido H6 diario de un asesino, la peli te la puedes bajar en emule.
Dime coas.