martes, 13 de febrero de 2007

La séptima trompeta

“frecuentes,
de manera continua,
las piras de cadáveres ardían”

Homero. Ilíada


La ceniza caía lentamente sobre las ruinas mientras el cielo continuaba ardiendo.
Había tantos fantasmas arrancados de la vida súbitamente que las calles estaban atestadas de entes inmateriales que vagaban desorientados entre los escombros, algunos aun rodeándolos, otros, intuyendo ya su nuevo estado, atravesándolos.
El hermoso crepúsculo ígneo de la primera jornada que concluía en el planeta vacío era admirado por muchos desde la privilegiada perspectiva que da el ser testigo de los prodigios del juicio final.
Pronto los días se volvieron rutinarios y los billones de muertos del planeta no tuvieron nada que hacer excepto hablar de sus vidas pasadas. Muchos buscaron sus restos para permanecer cerca de ellos, como la prueba de su existencia previa; la frágil huella de la vida que dejaron atrás.

-Mi pelo... negro... como una cascada de crines de caballo, decía mi abuelo, mi pelo largo y negro ardió, creo que fue lo primero, luego la piel y los ojos que se derramaban en lagrimas que me quemaban la cara, lagrimas que eran yo…desnuda de carne, por un momento solo fuí esqueleto y luego ceniza…ceniza que se llevo el viento-

Los niños se reunían y se contaban sus muertes en las noches cada vez más largas; las noches en las que el humo dejaba ver el incendio perpetuo del cielo.

lunes, 5 de febrero de 2007

Nunca Invierno

El coche dio muchas vueltas de campana, pensaba el hombre sentado en el porche mientras daba suaves caladas a la pipa que tenia en una de sus manos. Pasaba tardes enteras intentando recordar el amasijo de hierros en que se había convertido el coche. “Ahora tiene que estar completamente sepultado por la nieve. Como todo en Nunca Invierno” pensó. “Aquí, los árboles no son verdes, los ríos y los lagos no son de agua liquida, el tiempo es frío, incluso el paso de las horas a veces se congela, dejándome atrapado con mis pensamientos y recuerdos”. “¿Por qué si no, pienso otra vez en el accidente?”

Al hombre le encanta pasear las mañanas que no nieva, que en Nunca Invierno son muy pocas, hasta el pequeño lago de los peces de colores. Su superficie es un bloque de hielo, con los peces congelados en su interior, el hombre se detiene siempre a observarlos, los de colores rojos, naranjas, amarillos y negros, como luces que parpadean, aunque lo que parpadean son los ojos del hombre, para hacerle crear y creer, una ilusión de movimiento que no existe. ¿Cuántas veces habrá intentado escapar de Nunca Invierno? Cuando el hombre pierde los nervios, intenta ir en línea recta, pero las huellas que deja sobre la nieve, se borran tan rápido, que es imposible que se de cuenta cuando vuelve sobre sus pasos. De repente sale de detrás de unos árboles y ahí esta la cabaña, cubierto su tejado por un manto blanco, dejando escapar volutas de humo al cielo, a través de la chimenea, porque dentro de la cabaña, la chimenea siempre esta encendida, “Aunque tiene gracia”, piensa el hombre, “en todos los años que llevo aquí, jamás la he alimentado, jamás he cortado o recogido alguna rama, jamás he hecho nada, que no sea fumar y pensar”. “Bueno, también he intentado escapar”

Pero el hombre aunque ahora no lo recuerde, también suele pasear hasta el lago de los peces de colores. En Nunca Invierno la nieve siempre cae a la misma velocidad y nunca sopla el viento, así que solo puede caer en línea recta, con una lentitud pasmosa y el hombre fuma un cigarro detrás de otro, deseando volverse loco, para poder disfrutar del entorno. Y en esos momentos, en que esta cerca de la locura, siempre piensa “Odio a los peces de colores, tan estáticos y carentes de movimiento” “Me ponen nervioso”.

También hay espíritus en Nunca Invierno. Es imposible verlos porque su esencia se compone de luz blanca y aunque el hombre nunca los ha visto, sabe que viven aquí, con él. Como los peces de colores, aunque ellos están congelados.

Otro hombre iba en el coche con él, su cabeza rebotaba y rebotaba con las múltiples vueltas de campana, pero el otro hombre no esta aquí, en Nunca Invierno, el hombre supone que sigue en el coche. A veces, cuando intenta escapar de Nunca Invierno, no sabe muy bien si lo que quiere es huir, o encontrar el coche para saber si el otro hombre sigue allí, atrapado bajo nieve y hierro destrozado.

Pero lo que el hombre no sabe, es que a Nunca Invierno, no hay que temerla jamás, aunque el destino del hombre sobre su superficie blanca, sea estar solo rodeado de nieve y frío. Y que si pudiese ver y hablar con los espíritus de Nunca Invierno, uno a uno le dirían: “Bienvenido a Nunca Invierno. Si encuentras un cadáver enterrado en la nieve, ten por seguro que soy yo. Porque en los años que pasé aquí, jamás me encontré con otro ser humano, ni muerto ni vivo, ni siquiera congelado”.

Pero es que lo que no saben los espíritus al igual que lo desconoce el hombre, es que solo uno que todavía lleve por ropa la carne puede hollar la perfecta superficie blanca y que cuando este hombre termine de apagarse, vendrá otro a calentarse con la chimenea de la cabaña y entretenerse con los peces de colores. Sin saber que aquellos que estuvieron antes que él, yacen bajo la nieve, cubiertos en el eterno frío de Nunca Invierno.